jueves, 31 de diciembre de 2009

Verdades como puños y caricias como azotes.


Tal vez a quien no entienda que la frase no es más que una burda manera de demostrar que tenemos razón, verdades como puños, es más bien inquisitivo, donde la “verdad” entra a golpes, o dicho de otra manera se castiga a quien se equivoco de una manera inexcusable.
La gente que un día esta ahí llorando, al día siguiente que piensan que son herederos de la verdadera y única fe y razón, se atreven a juzgarte impunemente, sin acordarse de su pasos por detrás, y la única manera de demostrarles que están equivocados es acariciarlos, para que sientan el azote que se podrían haber llevado.
Recuerdo hace muchos años, cuando sujete mi primera cuerda con intención de atar a alguien, si ayuda de mi tutor.
El sudor de mi frente y de mis manos denotaba mi inseguridad, la respiración mi excitación y mis ojos oscilantes buscaba el punto donde apoyar la cuerda para comenzar a entender, que no iría bien presuponiendo nada por delante,
Como buen aprendiz o eso pensaba yo, busque los mejores nudos de montaña y marineros, pensando que mi manos serian lo suficientemente habilidosas para atar un cuerpo, ensaye una y otra vez, ate, mis piernas ,mis muslos ,torso, almohadas, sillas y todo aquello que me rodeaba si despertar la curiosidad de quienes me rodeaban antes nueva y extraña afición...
Y el día llego... mi primer paso en silencio...sin ser observado...la oscuridad era clara...entre sombras y velas mi tutor me dejo el que yo aun denomino El Salón Rojo...pero eso es otra historia.
Y comencé, comencé a fallar, cada nudo era un punto de dolor, de insatisfacción, de una crueldad no preparada, no concebida, de un sin querer queriendo y un sin saber continuo.
Mis manos dejaron de deslizarse entre las cuerdas...y mi mente se bloqueo en un estado de excusas innecesarias y de silencio acusador.
No se trataba de escalar una gran montaña, no se trataba de amarrar un barco en una gran tormenta, tan solo era de atrapar un delicado cuerpo entre los hilos de la cuerda, dejar sin una opinión formada, que sea la cuerda como la vida la que se adapte a la persona, qué fluya entre su piel, entre sus formas naturales y atrape a su cuerpo y su espíritu.
Por ello como la cuerda, debemos de ser sutiles y esperar a que la vida nos coloque en la forma que debemos de tener y no adelantarnos con una idea heredada de que podría ser así, ni todos los cuerpos aceptan la misma forma de atar, ni toda la vida acepta la misma forma de pensar.